Desde el nacimiento, hacia una salud integral: prevenir, la forma más segura

La forma de trasmisión del mensaje educativo-nutricional es responsabilidad del pediatra. Todas las encuestas muestran que es el pediatra, y el equipo de salud en general, la fuente de información más respetada por las madres en la crianza de los niños.

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Vitaminas y minerales

 

Esta situación genera una posición privilegiada al respecto, pero también una gran responsabilidad. Los niños, en los dos primeros años de vida, por la velocidad de crecimiento, los elevados requerimientos nutricionales y las deficiencias inmunológicas, son un grupo biológico de alto riesgo.

 

En nuestro país coexiste la desnutrición con el sobrepeso y con la obesidad. El tipo de desnutrición prevalente es la crónica, manifestada por baja talla para la edad en niños que más adelante suelen alcanzar un peso alto para una talla disminuida.

 

Existe, además, una elevada prevalencia de deficiencias de determinados micronutrientes en niños aparentemente sanos (desnutrición oculta), que afectan de manera más o menos ostensible a la salud, crecimiento y desarrollo de quienes la padecen. Igualmente, es difícil saber la prevalencia real al no haber estudios poblacionales extensos. Se sabe igualmente que en nuestro país los nutrientes uniformemente deficitarios son el hierro, la vitamina A, la C, el calcio y, en el sur del país, la vitamina D.

 

Mientras menor sea la edad en que se establece una nutrición deficiente, más negativo será su impacto. Un niño bien nutrido tiende a ser más activo, y puede interactuar mejor tanto con el medio ambiente que lo rodea como con los demás seres humanos. Las deficiencias de vitaminas y minerales repercuten en la inmunidad, en la prevención de afecciones y en el desarrollo intelectual y físico.

 

Las vitaminas son sustancias esenciales para la salud, y el organismo es incapaz de producirlas, por lo que deben ser aportadas externamente. La indicación preventiva diaria de suplementos de vitaminas durante las primeras semanas de vida hasta un periodo variable que va de los 6 a los 24 meses de edad es una práctica extendida dentro de la pediatría, al ser la forma más segura y práctica de aportarlas. Este tipo de prevención tiene como finalidad dar aportes extras de aquellas vitaminas que, por razones nutricionales maternas o por insuficiente exposición solar del bebé, puedan estar por debajo de los requerimientos.

 

La vitamina A

 

Se encuentra en alimentos de origen animal, como la leche fortificada, la manteca, la crema, el queso, el hígado, el huevo. Los vegetales de hoja verde, la zanahoria, el zapallo, la batata y las frutas amarillas y rojas contienen carotenos.

Los carotenos son sustancias que forman vitamina A una vez incorporadas al organismo. La leche materna, el mejor alimento para el bebé, contiene vitamina A, pero la cantidad depende de la ingesta y de las reservas maternas.

 

Esta vitamina cumple una función importante en el proceso de la visión y en las funciones inmunes. Una deficiencia de vitamina A puede producir ceguera nocturna y retardo del crecimiento. Se aconseja el aporte diario de 600 UI en lactantes y niños de primera infancia.

 

La vitamina D

 

La vitamina D se encuentra en la leche fortificada, el huevo, el hígado. También puede formarse en la piel cuando nos exponemos a la luz solar. La leche materna contiene baja cantidad de vitamina D. La principal función es aumentar la captación de calcio y promover la formación de los huesos.

 

El esquema aconsejado de dosis es de 400 UI diarias durante los primeros 6 meses de vida. Luego de cumplida esta etapa, se continuará administrando este suplemento vitamínico exclusivamente si el lactante carece de contacto solar, o en niños prematuros o gemelos. El tiempo de exposición aconsejado para cubrir los requerimientos sería aproximadamente de una hora diaria con miembros y cara descubiertos, consultando al pediatra los horarios y la necesidad de protección solar adecuada. En la práctica, la suplementación medicamentosa garantiza, obviamente, la cobertura de estos requerimientos.

 

La vitamina C

 

La vitamina C actúa principalmente como antioxidante. Es esencial para la formación del colágeno y para el proceso de cicatrización. También es un potente facilitador de la absorción del hierro. El aporte aconsejado en lactantes es de 40-50 mg/día. Los alimentos ricos en vitamina C son las frutas cítricas, melones, tomates, pimientos verdes y vegetales verdes. Por ejemplo, se pueden dar diariamente 25 ml de jugo de limón, 50 ml de jugo de pomelo o naranja, o 100 ml de jugo de tomate, aunque estas propiedades se consiguen solo con jugos obtenidos inmediatamente después de haber cortado la fruta y no conservados, pues pierden el 25% de aquellas a las 24 horas en caso de estar en la heladera, y aún más (un 35%) a temperatura ambiente.

 

La leche de vaca no aporta vitamina C. Por lo tanto se aconseja la seguridad que brindan los preparados comerciales. La leche materna provee cantidad suficiente de Vitamina C cuando la madre tiene cubiertos sus requerimientos mediante la alimentación o la suplementación.

 

El flúor

 

El flúor es un mineral importante para conservar sanos los huesos y los dientes. Influye en la formación de los dientes antes que salgan y aumenta la resistencia a las caries, sobre todo cuando es incorporado durante la etapa formativa del diente.


La leche materna contiene escasa cantidad de flúor, y las fórmulas infantiles fluidas se elaboran con agua sin flúor. Consumido desde la niñez, el flúor se convierte en parte del esmalte dental y lo hace más resistente a los ácidos grasos orgánicos formados por los alimentos.


Los lactantes pueden estar desprovistos de este mineral, ya que las fórmulas infantiles no suelen estar adicionadas con flúor, y la leche materna tiene un bajo contenido de este nutriente (menos de 0,05 m/l). El agua corriente, en gran parte de nuestro país, no está adicionada con flúor de manera suficiente.


Por todo esto, tanto los lactantes alimentados con leche materna como los que consumen fórmulas maternizadas deben recibir suplementación de flúor desde los seis meses de edad. La suplementación es indicada siempre por el médico pediatra.

 

El hierro

 

La deficiencia de hierro es la causa más común de anemia en los niños de la República Argentina (se estima que como mínimo el 22% y como máximo el 56% de los niños argentinos de 8 a 24 meses) y, posiblemente, del mundo. Distintos autores establecen una prevalencia de la enfermedad en un 10% de la población infantil.

 

De acuerdo a distintos estudios, se puede prever que el porcentaje de niños anémicos alimentados con leche de vaca y con alimentos no fortificados será del 30% a los 12 meses de edad, del 17% en los amamantados que no reciban hierro medicinal diariamente a partir del cuarto mes de vida y del 5% en los que reciban fórmulas y alimentos adecuadamente fortificados. Como toda patología asociada al crecimiento, el riesgo de déficit de hierro es mayor en lactantes y en adolescentes, y en aquellos que padecen determinadas patologías.


Las consecuencias más importantes de la deficiencia de hierro, especialmente si ha llegado al grado de anemia moderada, se asocian al desarrollo intelectual presente y futuro de los niños (disminución del rendimiento escolar, retrasos madurativos, etc.). Según la gravedad de la deficiencia, se pueden ver alteraciones en la inmunidad,  la capacidad y resistencia físicas, y  la función intestinal, especialmente a nivel de la absorción de hidratos de carbonos.

 

Las estrategias que hay que realizar para lograr bajar estos niveles de anemia son las siguientes:

 

  • Educación alimentaria. Aumento del consumo de alimentos con alto contenido de hierro y sus facilitadores de absorción.
  • Fortificación de alimentos. Enriquecimiento con sulfato ferroso de las harinas, los lácteos y los cereales.
  • Suplementación medicinal. A partir del  cuarto mes de vida, los lactantes dependen totalmente del hierro de la dieta. El requerimiento diario es similar al de un adulto, pero la cantidad consumida es mucho menor. Esto se instrumenta con el aporte medicinal de 1mg/kg/día hasta un máximo de 15 mg diarios de hierro del 4.° al 12.° mes.
    Los niños de entre 12 y 24 meses que pasen por períodos de inapetencia demostrada, que no ingieran alimentos con un contenido de hierro, entre 10 y 15 mg/d (la mayor parte proviene de las carnes), recibirán, durante el tiempo que dure la inapetencia, 1mg/k/d de hierro en forma de sulfato ferroso.

 

Las secuelas que la anemia puede dejar en nuestros niños pueden evitarse; hay mucho trabajo por delante.
Por todo lo expuesto, queda claro que la frase del título de la nota tiene más vigencia que nunca y, nosotros los médicos, una responsabilidad privilegiada: Desde el nacimiento, hacia una salud integral: prevenir, la forma más segura…

 

Guías de Diagnóstico y Tratamiento de la División Promoción y Protección de la Salud del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
“Recomendaciones para la alimentación de niños normales menores de 6 años”, del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (CESNI)

 

Dr. Diego Pochat.
MN. 72005 Pediatra. Miembro de la SAP
(Sociedad Argentina de Pediatría).
Para la revista Conexión Andrómaco, Número 19.

 

 

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