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Y yo, ¿dónde quedé?

Y yo, ¿dónde quedé?

La psicoterapeuta Laura Gutman, quien escribió La revolución de las madres, dice que hoy muchas mujeres tienen sentimientos encontrados. Por un lado, sienten con gran culpa que sus hijos vienen a robarles su libertad y, por el otro, quieren a los chicos con locura.

Y yo, ¿dónde quedé?

Hace unos días recibimos una carta, una más de las tantas que recibimos últimamente. Una mujer se quejaba de lo que le costaba la maternidad, del poco tiempo que tenía  para ella y de lo asfixiada que se sentía entre las cuatro paredes de su casa y con los chicos. La carta reflejaba el sentir de muchas y abría el debate. ¿Qué nos está  pasando a las mujeres? ¿Cómo estamos  viviendo la maternidad? ¿La estamos disfrutando o nos sentimos en una prisión?

Convencidas de que éste es un sentimiento que vale la pena tratar de entender, salimos a preguntar a los especialistas. Laura Gutman, Marisa Mosto y otros expertos nos dieron sus opiniones. Pero en el camino encontramos más. Como respuesta a esta queja femenina, descubrimos que en diferentes países del mundo se está empezando a rever el verdadero significado de la liberación de la mujer.

Para muchas pensadoras, la libertad femenina no es sólo salir al mundo laboral, sino también ser madre, disfrutar de la maternidad y nutrir emocionalmente a sus hijos. Ésa es, para algunos, la revolución que se viene, la deuda pendiente que tenemos.

 “La verdadera liberación de la mujer pasa por la defensa de la maternidad”, Ivonne Kniebiehler

Muchas de las que pregonan esta tendencia son exponentes de la liberación femenina de los años sesenta y setenta. Un ejemplo es Ivonne Knibiehler, una de las figuras más representativas del feminismo francés. A sus 84 años declara a viva voz que “la verdadera liberación de la mujer pasa por la defensa de la maternidad”. Ella dice que no existe nada más milagroso que el encuentro con ese pequeño ser que, desde las primeras horas de su vida, expresa cuán humano es: “En eso disentímucho tiempo con Simone de Beauvoir, quien, en El segundo sexo, define a la maternidad como un obstáculo para la vocación humana de trascendencia. Yo soy una hembra mamífera, pero no soy un animal. Mi relación con mis hijos está hecha también de inteligencia, lo que destaca la importancia de la relación madre e hijo”.

Más allá de estas contiendas, lo cierto y productivo de todo este debate es que se anuncian nuevos tiempos en materia de identidad femenina. La periodista norteamericana Katherine Ellison, autora del libro Inteligencia maternal, se basó en estudios científicos para afirmar que “tener un hijo nos mejora el cerebro”. Contó que nunca se sintió tan incomprendida y desvalorizada como cuando dejó su trabajo en una empresa para criar unos años a su hijo: “El entorno asegura que desperdicias tu talento. Menos mal que tenemos a los antropólogos, a los neurocientíficos y al puro sentido común para demostrar que la crianza con apego es imprescindible para las crías humanas y que, además, cambia nuestro cerebro haciéndonos más competentes en el oficio de vivir, incluyendo las habilidades profesionales”.

La psicoterapeuta Laura Gutman, quien escribió La revolución de las madres, dice que hoy muchas mujeres tienen sentimientos encontrados. Por un lado, sienten con gran culpa que sus hijos vienen a robarles su libertad y, por el otro, quieren a los chicos con locura. “Nutrir emocionalmente a nuestros hijos significa despojarnos de las propias necesidades y deseos”, explica. Según ella, “estamos asistiendo a la realidad colectiva en la que casi nadie nutre a nadie; por lo tanto, no hay alimento disponible. Hoy abunda el hambre emocional. En las relaciones afectivas estamos midiendo qué es lo que obtendremos, pero casi nunca ponemos atención en qué es lo que ofrecemos”.

“Soy una máquina de dar”, Pilar Maquena, 36 años

Cuando tuve a mis hijos, empecé a tener la terrible sensación de que no había más lugar para mí. Hay un momento de la vida en el que todos te piden cada vez más y se supone que todo lo tenés que arreglar, desde ir al supermercado o a comprar el sacapuntas que se perdió, hasta buscar a los chicos en el colegio, arreglar el cuarto porque todo está tirado, enseñarles a contestar bien, ponerles límites o coser el botón de la camisa que se cayó. Tenés que explicarle tu marido que, aunque él no lo entienda, estás todo el día de acá para allá haciendo cosas y nunca te podés sentar. Sos como una máquina que siempre está dando: ponés el cuerpo, usás tu mente y les das a tus hijos alimento físico, emocional y espiritual. Por momentos te volvés loca, odiás al mundo, a tu marido, a tus hijos, querés salir corriendo, no encontrás un segundo para vos...

Una salida sola a tomar un café para tener un respiro te parece el máximo símbolo de libertad. Pero después te das cuenta de que es un tiempo, que los chicos se ponen más grande y que las cosas pasan. Poco a poco vas aprendiendo a hacerte tiempos para vos, aunque sea un ratito. Hoy por hoy no concibo la vida sin dar, por más que proteste muchas veces, porque es parte de mi ser mujer, dar, amar, cuidar, ayudar y cobijar.

Fuente: Revista Sophia

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