Andrecito Pequeñín - por Alicia Weiss

Andrecito pequeñín vivía a orillas del río. Todas las tardecitas se internaba, con pasito rápido y ojitos pícaros, tocando siempre su dulce armónica por el sendero del monte que los pescadores transitaban desde siempre.

 

¡Era un niño vivaz, cariñoso y muy conocedor de su entorno! Desde muy pequeño vivía con su mamá y una hermanita en casa de su abuelo, Don Pedro, el viejo pescador. Su papá, también pescador, murió en una gran tormenta mientras trabajaba con sus redes en el río.

 

Andrecito pequeñín repartía sus días entre sus juegos, la escuela y el aprendizaje de todo buen pescador: secar las redes al sol, extendiéndolas con mucho cuidado para que no se enreden, remendando aquí y poniendo anzuelos allá.

 

Todos los atardeceres, Andrecito descendía por el sendero y se sentaba en una chata piedra y, con la armónica en sus manitos, comenzaba a tocar su música. Observando que el sol partía y los pájaros volaban presurosos en busca de sus nidos, Andrecito corriendo feliz volvía al hogar para reunirse  con la numerosa familia. Su abuelito Don Pedro, el viejo pescador, desde hace mucho tiempo lo venía observando en religiosa rutina. Pero esa noche como lo vio tan feliz y más revoltoso que lo acostumbrado, Don Pedro con gran curiosidad y cariño le preguntó:

 

- Andrecito pequeñín, cuando todos los atardeceres bajas con tu armónica al río ¿qué vas a buscar?, ¿qué contemplas hijito que tan embelesado y feliz regresas a la casa?

 

Después de unos instantes de silencio a Andrecito pequeñín se le iluminó la cara y como volviendo de su ensoñación respondió:

 

- Abuelito Pedro, una noche en sueños me encontré entre pájaros y peces y ellos me hablaron. Me pidieron que, al terminar cada día, les diera las buenas noches. Así que, cada tardecita voy con mi armónica y les toco música para que se duerman. Primero, se acuesta a lo lejos el redondo sol en su redonda camita. Luego, en el río, tapo a los pececitos y, en el monte,  les cierro los ojitos a los pajaritos. Y, cuando todos duermen, regreso muy contento a la casa, pero no regreso solito abuelo, me acompaña el sapo ñu-ñu y sus amiguitas las ranitas que aquí, junto a la gran retama amarilla, también duermen esperando el nuevo día.

 

Y así, entre muchos bostezos y una hermosa sonrisa, Andrecito Pequeñín se durmió feliz en los fuertes y paternales brazos de Don Pedro, pescador de río, pescador de vida y de sueños…

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