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Lo quiero, lo compro

Lo quiero, lo compro

Un artículo de la revista Hacer Familia para analizar sobre la educación de la austeridad en una época en donde todo es comprar.

Lo quiero, lo compro

Educar en la austeridad es un desafío actual y complejo, sobre todo si no le encontramos el sentido. En nuestra cultura parece que todo se compra. ¿Cuál es nuestro estilo para gastar?

Quiero aprender a jugar al tenis. Antes que nada, voy a averiguar cuál es la mejor raqueta y cuáles son las mejores zapatillas para comprar. Las compré, pero cambié de idea, mejor me dedico al squash. ¿Cuál será la mejor raqueta? Jugué dos veces pero no me gustó, me voy a dedicar a la bicicleta fija. Me compro la bici… Y podríamos seguir en una espiral hasta el infinito.

No nos damos cuenta, pero nos movemos, cada día, con los criterios de una sociedad que nos crea toneladas de necesidades innecesarias. Criterios entre los cuales el comprar es un hecho natural y aproblemático; y donde la sensación de no poseer provoca pánico. Remitiéndonos al ejemplo exagerado del inicio, es obvio que para jugar al tenis vamos a usar una raqueta, pero también es posible pensar que podemos tomar una prestada mientras probamos si nos gusta o no ese deporte.

Yo compro, ellos compran

Los chicos aprenden los criterios del consumo según lo que ven: en el cine, en la publicidad, pero principalmente en nosotros. Si antes de conocer qué es el deporte al cual queremos dedicarnos, gastamos nuestros ahorros o compramos a crédito para tener todo lo mejor, ellos van a adquirir hábitos similares. Querrán los mejores botines, aunque sepan que en unos meses van a quedarles chicos.

Hoy tenemos en circulación un mito riesgoso, por el cual muchos padres podríamos creer, erróneamente, que si no les damos todo los chicos pueden ver su autoestima dañada. Sin embargo, la autoestima se basa en el ser, no en el tener. Hay un pensamiento que lo ilustra adecuadamente: “No soy lo que tengo, sino lo que soy, ya que si pierdo todo lo que tengo, igualmente soy”. Aun así, está comprobado que una de las causas primarias del consumismo es la baja autoestima.

Comprar por comprar es un mandato social. Como autómatas, salimos a adquirir según ciertas categorías más o menos fijas: lo más nuevo, lo que tiene mi amigo, lo que vi en la tele, lo que creo que me ayuda (y en realidad me esclaviza). Ese mandato se agudiza con lo que la publicidad nos hace creer. Además, los materiales de lo que adquirimos hoy en día no están hechos para perdurar en el tiempo y los modelos evolucionan rápidamente.

Entonces, el demostrar nuestro estatus pasa por tener objetos que hablen de cuánto dinero poseemos. Incluso en los sectores de bajos ingresos, esta mecánica del consumo está instalada y se manifiesta en el afán de obtener determinada zapatilla o cierto celular (incluso a costa de que, luego, no alcance el dinero para lo básico). ¿Creo entonces que mi estatus es quien habla de lo que soy? Responderemos que no; ¿qué responden nuestros actos? ¿Qué leen nuestros hijos en nuestras decisiones?

Asimismo, en estos días en que tenemos poco tiempo para estar con los chicos (porque la vida es, o la hacemos, complicada), muchas veces limpiamos nuestra conciencia comprándoles lo último que salió al mercado: la Nintendo Wii, la Sony Playstation 3, el juguetito de moda del momento, el álbum de figuritas más nuevo. Así, reforzamos en ellos el valor de tener. “No estuve, no estoy, pero te doy cosas”. Las personas que realmente creen que su valor personal pasa por la posesión y el poder, descuidan su ser, sus vínculos, su capacidad de amar. Sus rostros suelen demostrar el grado de felicidad que alcanzan.

Valorar para ser feliz

¡Cuánto más los ayudaríamos si les hiciéramos ver el verdadero valor de lo material! Un buen legado es enseñarles a justipreciar lo que tienen y que se den cuenta de que, para ser felices, no es necesario “tener”; ser felices depende de nuestra actitud ante la realidad, ante nosotros mismos y ante los demás.

Ya lo entonaba Serrat: “¿No le gustaría ser capaz de renunciar a todas sus pertenencias y ganar la libertad y el tiempo que pierde en defenderlas?”. Es real que tenemos necesidades, es algo propio del hombre. Pero no todo lo que precisamos tiene que ser saciado al instante ni materialmente. Si decido vivir así, esa necesidad se apoderará de mí y terminaré siendo esclavo de ella. Además, como lo material no está hecho para llenar los anhelos del hombre, si entramos en ese juego, nunca será suficiente lo que poseamos. Seremos más libres si sabemos contextualizar la necesidad y vivimos ya no de acuerdo a lo que nos falta, sino valorando, agradeciendo y compartiendo lo que tenemos. Entregando lo que somos.

Creditos: Clara Naón Orientadora familiar - Revista Hacer Familia

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