Familia
Ser Mujer

Columna de Paola Delbosco

La Angustia de no estar haciendo lo correcto

Una de las sensaciones más maravillosas de la maternidad es la de tener en nosotras mismas todo lo que el bebé necesita. Sin embargo, las madres que trabajan fuera de la casa, empiezan a sentir un desgarro aun mayor al dejar a su bebé justamente ahora que él / ella da muestras de sufrir muy especialmente esa separación. Lo que más nos alivia es saber que el llanto del bebé dura poco más de nuestra partida, porque a esa edad se distraen fácilmente.

Una de las sensaciones más maravillosas de la maternidad es la de tener en nosotras mismas todo lo que el bebé necesita. De hecho, ya nos hemos acostumbrado a que nuestra mera presencia, nuestros brazos, nuestra voz resuelvan casi mágicamente los llantos del bebé. Eso es ser madre, y sin duda esa sensación de que tenemos lo que a él o a ella le hace falta, nos hace sentir realmente poderosas. Con el pasar de los meses, esta experiencia se intensifica, porque poco a poco, el chico empieza a reconocer nuestro rostro y a distinguirlo del de los demás, y resulta evidente que empieza también a preferirnos.

¡Qué agradable es sentirnos tan importantes para alguien! ¡Qué extraordinario nuestro papel en la vida, que hace que nuestros hijos pequeños se sientan seguros y satisfechos si estamos a su lado!

En la descripción de las delicias de la maternidad a veces no se menciona lo suficiente esta función nuestra de ser para el chico -o la chica- esa parte de mundo que está siempre a su favor. Mucho antes de que puedan expresarse con el lenguaje verbal, y aún antes de tener una clara conciencia de sí, ellos saben que encontrarán siempre en nosotros todo el apoyo, físico o afectivo, así como la solución a las dificultades que tengan que enfrentar. Ni el hambre ni el frío ni la soledad quedan sin respuesta al lado de la mamá. Por eso, sus brazos y su regazo son un refugio seguro y muy buscado por el bebé, un lugar en donde parece que ya las cosas negativas del mundo no lo pueden alcanzar.

Es tan fuerte esta experiencia, que en la edad adulta más de una vez nos pasará de añorar ese estado dichoso de protección y seguridad, en el cual la presencia materna nos rodeaba de cálidos cuidados. Con los ojos cerrados trataremos de recordar esa sensación de perfecto bienestar, que uno no sabía aún expresar en palabras, pero que era tan intensa que nos sirve todavía hoy como símbolo de felicidad.

Por eso nos agrada cuando somos nosotras las que ahora podemos brindarles a nuestros hijos pequeños una protección similar, y nos enorgullece haber alcanzado esta capacidad de protección para con los seres que más queremos en el mundo. Su preferencia a estar con nosotras se manifiestan con claridad alrededor de los siete u ocho meses, a través de un típico llanto llamado “angustia de los ocho meses”, que se produce cuando descubren que el adulto a cargo no es la mamá; esa reacción, primera manifestación clara de reconocimiento personal hacia la mamá, y no genéricamente hacia el adulto que lo cuida, nos da pena porque es indicio de sufrimiento, pero también nos halaga, por confirmarnos rotundamente en nuestro rol de mamá.

Sin embargo, hay un precio adicional que pagar por tanta dicha, y es que, sobre todo para las mamás que trabajan fuera de su casa -aclaro ”fuera de su casa” porque no me parece creíble la expresión “mamá que no trabaja”, pues, si tiene hijos, ¡es imposible que no trabaje!- empiezan a sentir un desgarro aún mayor al dejar a su bebé justamente ahora que él / ella da muestras de sufrir muy especialmente esa separación, y lo hace notar al momento de irse la mamá. ¡Cómo se va una angustiada por ese tendal de lágrimas, la sensación todavía viva de las manitas aferrándose de nuestros brazos! 

El resultado es que el tiempo de esta separación forzada se va cargando de sentimientos de culpa, de envidia hacia nuestras madres o abuelas que nunca tuvieron que dejar a sus hijos para ir a trabajar, de fastidio por todas las tareas que extienden el horario más allá de lo previsto. Hasta puede llegar a suceder que la actividad laboral, que nos ha llenado de satisfacción por utilizar nuestras capacidades, se convierta en un suplicio, porque trabajamos con la cabeza en otro lado. Esto último parece darles libreto a quienes siempre hostigan la idoneidad femenina, sobre todo en las profesiones habitualmente desarrolladas por varones. Esta constatación aumenta la sensación desagradable de estar siempre en el lugar equivocado.

¿Qué hacer? Lo primero que se me ocurre es una exageración, por lo menos para el funcionamiento del mundo actual, pero quizás pueda ser un sueño para el futuro, para que lo disfruten nuestras hijas, y por eso vale la pena decirlo.

Imaginemos que la sociedad entera valore en serio la llegada de nuevos miembros y aprecie, también, el trabajo esmerado e insustituible de las madres en su casa, especialmente cuando los niños son muy chiquitos, cuando todavía toman pecho. Esta sociedad tan sensible a una tarea tan exquisita e irremplazable, considerará verdadero trabajo (que sin duda lo es) lo que las mamás hacen en sus casas, y compensará debidamente esa presencia atenta de las madres -y de los padres- en su hogar, de tal modo, que preferirá que estén con sus hijos, para reincorporarse al trabajo habitual sólo cuando éstos tengan una mayor autonomía. ¿Es utópico? No lo crean: en Noruega existe un programa de gobierno que sostiene económicamente a los padres que deciden estar con sus hijos pequeños en vez de mandarlos a las guarderías estatales para poder seguir en sus respectivos trabajos. La razón de esta política es la constatación de la menor incidencia de accidentes y enfermedades en los niños cuidados por sus padres. Además de la mayor alegría de madres, padres y niños por poder disfrutar ese período tan lindo de los primeros meses.

Si duda ése puede ser un punto de llegada de una sociedad desarrollada, por eso no creo que sea imposible de realizarse: hay que ser optimistas y soñar. Sin embargo, antes que podamos disfrutar de una semejante situación ideal, algo se puede hacer.

Creo que lo que más nos alivia es saber que el llanto del bebé dura poco más de nuestra partida, porque –gracias a Dios- a esa edad se distraen fácilmente; será importante contar con alguien de absoluta confianza para que nos reemplace, porque de otra forma no estaremos nunca tranquilas. También hay que tener en cuenta que los dos “frentes de combate” no siempre suman cansancio: al ser actividades muy diferentes, a veces sirven de distracción, y eso ayuda a sobrellevar lo que no nos gusta. Quiero decir que una descansa en el trabajo del encierro y de lo rutinario de la casa, porque se ve con otras personas, se viste un poco mejor, se pinta y se “saca las chancletas”. En casa, en cambio, para seguir con la metáfora del vestuario, se saca los tacos, se afloja el cinturón, se relaja y se desahoga de las incomprensiones de los demás, tratando de disfrutar aún de las tareas que hayan quedado sin hacer, siendo ahora ella “jefa”, organizándose bien y ahorrando esfuerzos. Creo que es clave la cooperación del marido, para que modere exigencias y colabore en lo que puede, entendiendo que la familia es una empresa de los dos.

Lo que decididamente no le sirve a nadie es sentirse culpable: la culpa moral existe sólo por acciones negativas que podríamos haber hecho de otra manera; y si esa no es nuestra situación, lo que nos hace bien es aprovechar el tiempo para que de frutos para todos. En general, las madres son excelentes administradoras de recursos, tanto en casa como en el trabajo, y por eso tener hijos es también una capacitación para la vida que en el campo laboral se valora cada vez más.

Al momento de reencontrarnos con el bebé, un abrazo entre madre e hijo borrará la ausencia y suavizará todas las dudas. 

María Paola Scarinci de DelBosco

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