Niño
2 años

"El jardín de los hijos, ¿un mal necesario?" María Ordoñez

"El jardín de los hijos, ¿un mal necesario?" María Ordoñez

Se va terminando la licencia por maternidad, en algunos casos extendida unos meses más, en otros no, y comenzamos a dividirnos en sentimientos opuestos.

"El jardín de los hijos, ¿un mal necesario?" María Ordoñez

El retorno a las actividades laborales que habíamos dejado cuando ingresamos en la licencia por maternidad, por un lado, nos ilusiona reencontrarnos nuevamente con los compañeros, cambiar de ámbito y diálogos, también sabemos que no estaremos sumergidos exclusivamente en los quehaceres domésticos, pero –claro– también hay una voz de conciencia que retumba en nuestra cabeza sin cesar y que nos llena de miedos. ¿Y si me extraña?, ¿y si no lo cuidan bien?, ¿y si se enferma?, nadie lo sabrá atender mejor que yo. Esto último es una gran verdad, lo que no significa que igual va a estar muy bien cuidado.

¿Cómo vivir esta dicotomía sin sufrimiento? Cada cual encontrará su fórmula, yo solo puedo compartir la mía.   

Primero, junto a mi marido, buscamos un jardín con flexibilidad horaria tanto de ingreso como de salida. Que los chicos estuvieran allí sólo las horas que nosotros queríamos o necesitábamos sin atarnos al tiempo de otros.

Otra característica que buscamos era que fuera un lugar con poca cantidad de chicos, donde la maestras pudieran estar muy encima de ellos para poder hacernos alguna observación si fuera necesario. 

Por último también nos pareció importante que hubiese un espacio al aire libre donde los chicos tuvieran la opción de ventilarse y desplazarse en contacto con la naturaleza. Combinar todo esto con una cercanía razonable y el precio que podíamos pagar, parecía una tarea casi imposible, pero afortunadamente nos equivocamos. Suerte de principiante, metas altas, gestión sin desesperación… no sé, pero lo cierto es que apareció “el jardín”.

Los primeros días cuando los dejaba llorando, me acompañaba un sentimiento de culpa en todo el resto de las tareas, que se iba convirtiendo en una sombra incómoda. Sólo se borraba cuando volvía a buscarlos y comprobaba que no les faltaba ningún miembro del cuerpo y sus corazones funcionaban como lo hacían antes de dejarlos.

Al paso del tiempo, cuando fueron acostumbrándose al lugar, a sus compañeros y a las maestras todo se convirtió en un juego atractivo. Claro, era un clásico que cada tanto lloraran cuando los dejaba, para recordar esa sombra molesta que me llevaba directamente a la pregunta ¿les pasará algo? Pero no, no les pasa absolutamente nada más que dejarse llevar por el instinto de estar siempre juntos. Al finalizar ese primer año donde los vi más crecidos, integrados y seguros en ese ámbito, deduje que el jardín no era un mal necesario para las mujeres que trabajamos, si no un aporte favorable al desarrollo, por la interacción con los otros, por el desprendimiento natural con sus madres, por los conocimientos adquiridos, hábitos etc.

Lo que a veces se vive como un trago amargo, se convierte luego en una nueva etapa, sólo hay que digerir los primeros pasos.           

Por María Ordoñez

La autora es madre de mellizos

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