Familia
Ser Mujer

Columna de Paola Delbosco

El orden de la naturaleza en la paternidad

La naturaleza es un cofre inagotable de tesoros y los niños son el espectador más apropiado para ese continuo espectáculo, y nosotros, los adultos, nos vemos estimulados por ellos para gozar de lo sencillo. Y en el género humano le tocó a la mujer tener el privilegio de experimentar desde adentro de sí la fuerza de la vida, de saber que su cuerpo es el primer hogar de un nuevo ser humano.  

1. Mirando de nuevo la naturaleza

“¿Ves ese pajarito? Es un picaflor: le gusta ir de flor en flor buscando el néctar, que es el juguito dulce que está en el centro de la flor. Fijate qué rápido mueve las alitas: casi no se ven y él parece parado en el aire. Mirá este caminito en el pasto. ¿Ves? Las hormiguitas llevan las migas hasta el hormiguero. ¿Ves cómo caminan en fila, una tras otra, todas ordenaditas? Hacen así para no perderse. Olé esta hoja: es menta. ¿Viste que se parece al gusto del dentífrico? Si mirás bien, verás que cerca de estas plantas aromáticas, menta, salvia, orégano, nunca vas a ver mosquitos, porque su olor intenso los ahuyenta. Ahora mirá el cielo: si hay nubes negras allá por ese rincón, entonces lo más probable es que llueva; en cambio esas otras nubes, que se ven por el otro lado, se van rápido por el viento.”


Estas frases y otras aún más sencillas pueden ser el primer acercamiento de los chicos a los fenómenos de la naturaleza, que está siempre a disposición de todos para sorprendernos y para enseñarnos sus secretos. La naturaleza es un cofre inagotable de tesoros, que se abre a los ojos de quien se da el tiempo de mirar. Seguramente los niños son el espectador más apropiado para ese continuo espectáculo, y nosotros, los adultos, nos vemos estimulados por ellos a reencontrarnos frente a tanta belleza y a tantas realidades asombrosas, siempre que logremos frenar nuestro ritmo enloquecido y ponernos al lado de ellos para gozar de lo sencillo.

2. Un mundo ordenado

Todo descubrimiento de la naturaleza comienza por el asombro del primer contacto y procede organizando lo que descubrimos sobre la base de las semejanzas y diferencias: esto se parece a un limón, pero es más chiquito; esto se parece a una naranja pero es más grande. Esa capacidad de establecer un cierto orden en lo que experimentamos es el primer paso hacia el saber científico, pero es también el mejor camino para darnos cuenta de que existimos en un mundo ordenado. Sí, es verdad que la vida diaria nos pone continuamente en contacto con los desórdenes del mundo, con plantas que no florecen o cuyas hojas se secan a pesar de nuestros cuidados, con animalitos que no crecen o que se enferman y mueren, con seres humanos que sufren por todo tipo de males, como enfermedades, pobreza y abandono, o que reaccionan mal e injustificadamente, y nos hacen sufrir a nosotros, etc. Todos estos desórdenes nos impactan justamente porque deseamos la armonía -y estamos hechos para la armonía-y la naturaleza presenta regularidades que justifican nuestras expectativas. Sin el orden fundamental de la naturaleza externa, así como de la naturaleza interna de nuestros organismos, no sería posible el desarrollo de nuestra vida. No podríamos disponer de nada en el futuro si todo funcionara caprichosamente, porque todos nuestros proyectos y nuestras planificaciones cuentan con la regularidad de la naturaleza. Si poner el agua a hervir no diera el resultado de calentarla, nos encontraríamos perplejos frente a un mundo misterioso del que sólo habría que esperar momento a momento las “ocurrencias”. No, evidentemente nuestra imagen del mundo está amasada de certezas porque contamos con la constancia de sus leyes, por lo menos las que regulan el nivel de realidades que nos importan. Esta aclaración se debe a que en el nivel de los movimientos de los átomos las leyes no son tan exactas, sino más bien estadísticas, pero el movimiento de los átomos y sus electrones que, según parece, es constante, no quita que una mesa sea una mesa, y que se puedan apoyar los platos sobre su superficie... Por lo que nos concierne a nosotros, todo lo que aprendemos sobre el cuidado del cuerpo y sobre el modo de tratar a las demás personas se apoya en que hay algo estable en la naturaleza del ser humano y es posible conocer qué es lo adecuado para evitar lo que nos hace sufrir y hace sufrir a los demás.

3. El milagro de la vida

En el género humano le tocó a la mujer tener el privilegio de experimentar desde adentro de sí la fuerza de la vida, la ternura de saber que su cuerpo es el primer hogar de un nuevo ser humano, y que le toca por un tiempo a ella esta particularidad de vivir en forma “plural”: no es ella sola, sino que siempre está con alguien más, desconocido aún, pero más íntimo que cualquier otro. Este crecimiento misterioso, que transforma el cuerpo de la madre, pero también su corazón, es una experiencia, quizás la más extraordinaria, del orden de la realidad. Por eso es también un momento en el que nos preguntamos acerca de las cosas más fundamentales de la vida. Nos preguntamos acerca de Dios, del sentido de la existencia humana; nos surgen dudas sobre si sabremos darle a ese nuevo ser humano lo necesario, si valía la pena traerlo o traerla a este loco mundo.


No hay duda que todo lo que rodea la experiencia de la concepción, la gestación y el nacimiento se encuentra muy cerca de las fuentes mismas del ser y es, por lo tanto, una vivencia “metafísica”, es decir, una captación de la realidad más allá de lo meramente aparente. Es un momento de extraordinaria profundidad, en el cual vemos con otros ojos ese misterioso y estable entramado que sostiene sabiamente la vida de cada día.

María Paola Scarinci de Delbosco

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